Alimentación en verano

Enero llegó demasiado pronto. No nos dio tiempo a lograr el cuerpo privilegiado que nos habíamos propuesto tener cuando volvimos de las vacaciones el verano pasado. Quedan tres opciones: la túnica, la dieta (paleo, sin gluten, disociada, vegetariana, mediterránea, de las P…) o adoptar hábitos saludables y sostenerlos todo el año.

El período vacacional representa un tiempo sin reglas que libera a las personas de la tensión y las presiones que enfrentan diariamente: se olvida el tráfico, la contaminación y las exigencias diarias. No obstante, es importante evitar los excesos que podrían resultar contraproducentes.

Este momento de relajación y descontractura muchas veces incluye el abandono de los hábitos alimenticios que hemos observado durante el año y otras veces se genera la ilusión de que podremos llevar adelante una alimentación más sana o controlada propiciada por la tranquilidad y el bienestar. Es importante trazarse metas posibles de manera que la relajación también se traduzca en no sentir culpa por lo que se come. El verano colabora con la ingesta de frutas y verduras frescas, jugos, agua fresca, el consumo de estos productos ayudará a cuidar la salud, el peso y a tener más energía para disfrutar el día.

El gran desafío en las ciudades balnearias y centros urbanos es no caer en la trampa de la comida preparada. La alimentación saludable generalmente lleva más trabajo y tiempo en su elaboración que las soluciones clásicas provistas por las rotiserías y panaderías. Por eso es central planear las comidas con tiempo, tener alimentos frescos siempre en la heladera y organizarse familiarmente para que cada integrante colabore con una parte de la tarea. Por último, es importante buscar la manera de equilibrar la diversión y el ejercicio. El caminar en la playa, nadar, bucear, correr y bailar pueden ayudar a mantener la figura y cuidar el organismo.

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